El interés del hombre por los animales y por la gran diversidad de sus formas comenzó en la antigüedad. En Grecia, en el siglo IV a.C , Aristóteles describió numerosas especies y realizó un esbozo de clasificación del reino animal; pero muchas de sus conclusiones carecían de rigurosidad científica, pues no estaban basadas en experimentaciones.
Con el Renacimiento, las investigaciones zoológicas adoptaron carácter verdaderamente científico, y se desecharon algunas teorías aristotélicas y muchos conceptos fantasiosos sostenidos hasta entonces. La invención del microscopio por el holandés Anton van Leeuwenhoek permitió abordar el estudio de los tejidos de los animales y de seres hasta entonces desconocidos porque eran demasiado pequeños para ser observados a simple vista: los microbios o microorganismos.
Ya avanzado el siglo XVIII, el sueco Carl von Linné fue el primero en encarar una clasificación sistemática de los animales y las plantas. Su obra fue continuada por el naturalista francés Georges Cuvier. En 1859 Charles Darwin dio a conocer su teoría de la evolución, que significó un gran aporte a los estudios zoológicos.
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